Un extra del 120... (Regalo de la autora)

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Entenderán que el desayuno no fue lo que se dice una situación especialmente cómoda para mi. Cuando bajé, Ximena me dedicó una de esas miradas cómplices que tan nervioso me ponían. Mi hermana le daba vueltas a sus cereales con la cuchara, pero tenía una insinuación de sonrisa en la cara que no me gustaba nada. ¿No le habría contado lo que había visto, no? No era la imagen que quería que mi hermana pequeña tuviera de mi. Por suerte, mi pobre madre parecía ajena a todo lo que ocurría en su propia casa, y como mi padre ya se había ido a trabajar... la verdad tanto mejor, casi ni soportaba verlo después de lo que le había dicho a Dul.

Hablando de la reina de Roma, llegó a la cocina unos minutos después que yo y saludó con un murmullo apenas comprensible. Supuse que había saludado porque era lo que tocaba, más que nada. Se había puesto una top azul de tirantes con un pequeño chaleco de mezclilla por encima, shorts de mezclilla del mismo tono y sus sempiternas Converse. Agarró una taza, se echó café hasta más de la mitad y luego de colocar su larga melena sobre un hombro, se sentó a la mesa, a mi lado. Me gustaría decir que engañamos a mi mamá porque actuamos con naturalidad, como si en el baño no hubiera pasado nada. Pero no fue así. Nos sentamos tan alejados como la reducida mesa nos permitió y tuvimos mucho cuidado de que no hubiera ningún tipo de contacto entre nosotros, ni físico ni visual. Viva la discreción. Entonces creo que fue cuando Ximena decidió que era demasiado aburrido comer simplemente, así que iba a amenizar el desayuno.

- Ximena, ¿puedes pasarme la leche? - le pidió Dul en tono quedo. No pude ver su expresión porque no la volteé a ver, pero parecía concentrada.

A continuación podría haberse limitado a pasarle la leche, sin más complicaciones, agarrar la botella y dársela. Estaba a su lado, solo tenía que estirar el brazo unos centímetros. Pero eso no era divertido, claro.

- Creo que la tiene más cerca Poncho – replicó esta, fulminada por mi mirada.

Loli alzó la cabeza de su bol de cereales y nos miró alternativamente a Dulce y a mi. Decidí que si me negaba quedaría en evidencia, puesto que no había nada de delictivo en poner la botella a su alcance. La agarré y sin voltearla a ver, se la pasé. Supongo que ella tampoco estaba mirando cuando extendió su mano hacia mi, porque nuestros dedos se tocaron y ahí se nos acabó la discreción. No sé qué sintió ella, pero lo mío fue un hormigueo tan inesperado que mi primera reacción fue soltar la botella. Supongo que a ella le ocurrió algo parecido, porque también soltó la botella. Conclusión, la pobre leche, que no era culpable de nuestras hormonas alborotadas, acabó desparramada por el piso de la cocina. Suerte que la botella era de plástico y no de cristal.

- ¿Qué pasó? - preguntó mi mamá dejando de observar el microondas.

- Se ... se me resbaló la botella – farfullé, en medio de mi confusión.

Noté la mirada de mi hermana clavada en nosotros con tanta insistencia que parecía un martillo cayendo sobre una punta una y otra vez.

- Ay hijo, a veces me compadezco de los pobres pacientes que vayan a caer en tus manos – si, mi mamá era la persona más agradable del mundo cuando se lo proponía.

- Gracias – rumié poniendo cara de haber estado desayunando vinagre.

- Elena ni le digas, fue culpa mía también, creo que aún estoy medio dormida – intervino Dulce.

A Ximena se le escapó una carcajada, que camufló precariamente con un poco convincente ataque de tos. Los dos la miramos mal a la vez.

- Bueno, no ha muerto nadie, recójanlo y ya... por cierto, ¿alguien quiere más tostadas? - preguntó mi madre luego de un clic proveniente de la tostadora.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora