Capítulo 98 "Infinitas horas"

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Poncho

Doce horas. Doce condenadas horas. Doce infinitas horas que llevábamos sin noticias de Dul. Y cada segundo que pasaba sin volverme loco, era como una pequeña batalla personal ganada. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no daba señales de vida? Tenía que ocurrirle algo, porque si estuviera bien habría avisado, aunque no fuera a mi, a su madre, a la mía, a Maite, Aarón... pero nada. Nadie sabía nada de ella.

- ¡PONCHO! - me gritó alguien. Alcé la cabeza. Seguramente llevaban algún rato llamándome, pero estaba tan perdido en mi preocupación que ni cuenta me había dado.

- ¿Qué? - le respondí a Aarón. Me tendía una taza.

- Toma.

- ¿Crees que café es lo que necesito ahora? - le pregunté incrédulo. Como si no tuviera los nervios de punta ya.

- No es café guey, es una tila – me aclaró con paciencia. Miré el contenido. No, color de café no tenía.

- No quiero, gracias.

- No es que la quieras, es que la necesitas – insistió con tono casi paternal. Y eso me enojó.

- ¡QUE NO QUIERO LA P.I.N.C.H.E TILA! - rugí, dándole un manotazo a la taza para tirarla al suelo. El ruido de la porcelana rompiéndose en millones de diminutos trozos, me sacó de mi espiral de rabia.

- Si te ha servido para desahogarte, la muerte de la taza ha sido útil – trató de bromear Aarón, pero ni siquiera él estaba para fiestas.

- Lo siento – murmuré, dejándome caer sobre el sofá de nuevo. Enterré las manos en mi pelo y lo aferré como si quisiera arrancarlo.

- Ni te fijes – me disculpó mi amigo.

- Me voy a volver loco – gemí, sintiéndome ahogado por la desesperación.

- Te entiendo – suspiró. Vi por el rabillo del ojo como se agachaba para recoger los trozos más grandes. Y sentí remordimientos.

- Deja, ya lo hago yo – me ofrecí, parándome.

- Es igual. Ya lo recogeremos.

Los dos nos sentamos, cada uno en un sofá, abatidos. La noche sin dormir nos estaba pasando factura a ambos. Luego de horas llamándole al celular y paseando todos los sitios que se nos ocurrieron, incluyendo las inmediaciones de Kessel, seguíamos en las mismas, sin rastro de ella.

Y nuestro distanciamiento de los últimos días me carcomía por dentro. Me arrepentía de cada mentira que le había contado, de los gritos, los reclamos, las malas contestaciones, del maldito noviazgo falso, de haber dejado que Angelique me besara... de todo lo que le había hecho daño. Lo único que quería era recuperarla, no solo físicamente, también superar esa incómoda distancia que había puesto entre nosotros. Hubiera dado cualquier cosa porque estuviera allí, a salvo, ya fuera en los brazos de Aarón, de Edgar o con todos juntos, me daba igual. La quería de vuelta.

- ¡PONCHO! - volvió a gritarme.

- ¿Qué?

- Tu celular no ha dejado de sonar. ¿No lo oyes?

- Ah, no, perdona... - balbuceé, sacándolo del bolsillo trasero de mi pantalón -. ¿Bueno? - pregunté con ansiedad. Y esta se intensificó al comprobar que, esta vez, tampoco era Dul.

- Poncho, ¿se sabe algo? - la pregunta de Ximena hizo que me desinflara aun más. O sea, que por allí seguían sin noticias también.

- Nada – suspiré -. ¿Cómo están las cosas por allá?

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora