Capítulo 169 "Contorsionismo"

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Mi primera reacción tras despertarme, fue precisamente sorprenderme porque me había dormido de nuevo. ¿Estaba mutando en alguna especie que necesita dormir 16 horas al día? O a lo mejor era una nueva especie de osa que veranea en lugar de hibernar. Como fuera, me costó unos segundos localizar la causa de mi despertar. El timbre. ¿Era el día de las visitas o qué? Escuché los pasos rápidos de mi abuela hacia la puerta, acompañado del tintineo de tenedores y cuchillos chocando contra los platos. Esperaba que fuera la hora de comer y no la de cenar, o me preocuparía en serio. Miré el reloj que colgaba de la pared. Las tres y media. Un poco tarde para comer ... aunque no quería saber a que hora habrían terminado Alfredo y mi abuela la noche anterior. O a lo mejor también eran Mai o Diana, quienes se habían recuperado de su letargo tras una noche de chismes ininterrumpidos. Se me salió una sonrisa solo de imaginar a la responsable Maite descubriendo que había dormido hasta las tres de la tarde. Me senté, agarré la cobija y me la pasé por los hombros para envolverme en ella, encogiéndome lo máximo posible hasta alcanzar una apretada posición fetal. Saqué mínimamente una mano para frotarme los ojos y bostecé como un oso un segundo antes de escuchar la voz de mi abuela.

- Dul, tienes visita – repitió, como lo había hecho antes. Sin embargo su tono ya no era como si "visita" fuese sinónimo de "enfermedad con patas". Era algo así como un suspiro bobalicón. Seguro que estaría salivando cual perro ante un hueso si volteara a verla. Pero estaba tan calentita en esa posición ...

- Gracias mayordoma, puedes retirarte – bromeé, teniendo una ligera sospecha de quien podría ser la visita.

Escuché un ligero bufido proveniente de su dirección, y apreté los labios para no reírme de ella mientras la visita se acercaba y se sentaba sobre la mesa del salón, frente a mi.

- Hola visita – saludé con una sonrisa.

- Hola – respondió la visita, correspondiéndome la sonrisa.

Si, sustituyan visita por amigovio/amigo con derecho a roce. Y hablando del derecho a rozarse con libertad ...

Volteé la cabeza un momento para asegurarme que la chismosa de mi mayordoma estaba atendiendo a su propio amigo con derecho a roce, y como la costa parecía despejada, me estiré alzándome en mis rodillas hasta que mis manos alcanzaron su cuello y pegué mis labios a los suyos, para saludarlo como era debido. Solo me dio tiempo a darme cuenta de que se había afeitado, porque, hipnotizada por el olor de su after shave, por el tacto de sus labios o por mi torpeza habitual, perdí el equilibrio y casi pongo en peligro la integridad de mi pobre nariz, otra vez. Escuché una carcajada suya mientras me agarraba suavemente por los codos para sentarme de nuevo.

- Te preguntaría como estás, pero veo que tu equilibrio mejora por momentos – se burló, mientras yo fruncía el ceño.

- Gracias por haberlo notado – me fingí ofendida.

- En serio ... ¿cómo estás? - preguntó, ahora si más serio.

- Bueno ... - me encogí de hombros -, me la paso durmiendo, igual y me estoy convirtiendo en un oso.

- Lo que todo hombre desea, una mujer con mucho pelo – bromeó. A mi no me hizo tanta gracia.

- No te parecerá tan mal cuando saliste con María la Bigotona – le recordé. Agarró un pañuelo blanco de la caja de pañuelos que había a su lado, sobre la mesa, y lo agitó repetidas veces.

- Llevo aquí dos minutos, ¿quieres establecer un nuevo récord?

- Cierto ... - suspiré. ¿Qué la voy a hacer? Tengo una vena muy guerrera ... -. Pero contestando a tu pregunta de antes, estoy algo adolorida pero bien.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora