Poncho
No sé como me dejé convencer, pero allí estaba, en el super departamento de Annie, asistiendo a otra fiesta. Tres fiestas en menos de una semana, cuando yo siempre las había odiado. Supongo que no podía tener a Ximena encerrada todo el día como si fuera una enferma contagiosa. Bueno, esa era una de las razones, otra, aunque no quisiera admitirlo, era la de mantener vigilada a Dul. Tenía que reconocer que la misteriosa llamada de su abuela me había dejado bastante preocupado, y cuanto más lo pensaba, más me convencía de que tenía razones para estarlo. Repasando mentalmente el transcurso de los días anteriores, había notado que Dul estaba rara. Obviando el hecho de nuestro distanciamiento y sabiendo que no toda su vida giraba entorno a mi (no soy tan egocéntrico), había detalles que me descolocaban. La fría actitud hacia su madre y su abuela el día anterior, por ejemplo. Cualquiera que la conociera un poco y hubiera presenciado el encuentro, se habría dado cuenta de que le pasaba algo con ellas. Después lo de Ucker también debía de haberla impresionado bastante, no todos los días lo asaltan a uno en medio del bosque de madrugada y lo besan a la fuerza. Y yo no se lo estaba poniendo nada fácil para desahogarse, yo era su mejor amigo, se supone que debería estar ahí para ella en esos momentos. Pero no estaba. Como tampoco lo estuve cuando ella me necesitó más adelante, aunque no supe verlo hasta que fue demasiado tarde para nosotros.
Esquivando a un guey que no conocía de nada, pero que estaba buscando una chela con una desesperación que me hacía pensar que llevaba años sin beber, rememoré mi conversación con Andrea.
Acababa de despertarme cuando el celular empezó a sonar. Miré la hora en el mismo teléfono. Las once. Eso era un récord para mi, normalmente a las nueve ya estaba despierto. Se me estaba pegando la somnolencia de Dul, por lo visto. No conocía el número que aparecía en la pantalla, pero igual contesté.
- ¿Bueno? - respondí con voz de dormido.
- ¿Poncho? - preguntó la inconfundible voz de Andrea.
- ¿Andrea? - repliqué, confundido. ¿Por qué me hablaba cuando estaba en la casa de al lado? Lo más lógico, si quería algo, sería que viniese hasta acá.
- ¿Te he despertado verdad? Lo siento chamaco... pero son las once ¿qué horas son estas para estar en la cama, eh? - así pasó de disculparse a regañarme en dos segundos.
- Tienes razón – admití, incorporándome hasta quedar sentado, aún debajo de las cobijas, donde finalmente había logrado meterme luego de mucha fuerza de voluntad.
- ¿Puedes hablar, verdad?
- Si, claro – repuse, sin entender tanto secretismo.
- Qué bueno... verás yo...
- ¿Pasa algo malo Andrea? Si prefieres puedo ir hasta tu casa para hablar – le ofrecí, notando el nerviosismo de la pobre mujer.
- Muchas gracias Poncho, pero ya no estoy en Ikal, ayer en la noche me regresé a mi casa – dijo con cierta tristeza.
- ¿Ya? - no pude reprimirme. Si apenas había pasado un día aquí, se me hizo raro, creí que se quedaría con Dul unos días más.
- Si, bueno... digamos que tenía cosas que hacer. Pero por eso precisamente te hablo.
- ¿Por qué tenías cosas que hacer?
- No – negó pacientemente ante mi falta de raciocinio -. Porque me he ido.
- Ah.
ESTÁS LEYENDO
Un Verano para Recordar
RomanceEsta historia es una de las mejores que he leído, y me he leído muchiiiisimas.. La escribió una chica de España que se llama Miri (en el Foro de Univisión su usuario era chukypollito) y es simplemente hermosa, cuenta la historia de amor de Dulce y P...