Capítulo 138 "El paseo más largo del mundo"

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Dulce


- Giovanni ... – susurré, tragando saliva con esfuerzo. De pronto mi garganta parecía mucho más estrecha.

- ¿Es neta? - quiso saber.

Miraba abajo como si tuviera el peso de un edificio sobre la cabeza y no pudiera alzarla. Traté de reconfortarlo, alcé una mano para tocar su brazo, pero se alejó de mi como si tuviera la peste. Eso no, pero la lengua demasiado larga si que la tenía.

- Yo ... ya sabes que hablo demasiado ... - farfullé, tratando de arreglarlo. Pero no podía.

- Pero no mientes – bueno, eso era relativo.

- Lo siento, soy una estúpida, debería hacerme un nudo en la lengua o cavar un hoyo y meterme en él para no salir nunca ...

- Hazlo para dos, porque ahí es donde me gustaría estar en este momento – murmuró con voz queda.

- Giovanni – gemí. No quería que él dijera cosas así.

Traté de acercarme a él de nuevo, pero me rechazó otra vez. Y se dio la vuelta para irse. Cuando quise reaccionar ya me llevaba varios metros de ventaja, a lo que hay que sumarle sus piernas mucho más largas, mis tacones que me disminuían velocidad... todo era en mi contra y en su favor, concluyendo.

- Si me hubieras hecho muda las cosas habrían estado mucho mejor por aquí abajo – recriminé mirando hacia arriba con los brazos alzados. Pero no pasó nada especial, las estrellas seguían titilando igual, la luna llena seguía llena ... y suspiré, bajando la vista.

No es que hubiera esperado nada especial, como en la película de <<Como Dios>>, de Jim Carrey. Aunque casi mejor, tenía ya bastantes problemas en mi vida, ser Dios sería demasiado. Así que haría algo más terrenal; buscar a Giovanni y rogarle perdón, aunque fuera con los pies en las brasas. Luego, con un poco de suerte, me iría con él a casa.

Pasados diez minutos, la búsqueda estaba siendo infructuosa, por decirlo de manera fina. Por decirlo como era, estaba perdiendo el tiempo de mala manera. Había recorrido todo el patio, desde la pista por la que había corrido gracias al interés de la Caníbal por mi forma física, hasta el pequeño rincón en el que el conserje guardaba sus herramientas y alguna que otra lata de cerveza ... digamos que para cuando el calor apretaba. Y nada, Giovanni había desaparecido como si de humo se tratase. Hacía rato que me había quitado los zapatos, porque los gritos de mis pies podían escucharse a kilómetros. Y en un momento de pura frustración, aventé uno, sin ser consciente que luego tendría que ir a recogerlo. Y caminar descalza por encima de las piedras, si bien no era lava, tampoco era agradable. Aunque poco me iba a importar eso después de infartarme, que fue lo que casi me ocurrió al escuchar un quejido en medio de la nada.

- ¿Giovanni? - pregunté, dubitativa, mirando hacia ninguna parte en particular. Sería demasiada buena suerte para tratarse de mi.

- No – gimoteó alguien. Alguien conocido para más señas.

Ok, era el colmo que al que estaba buscando no hubiera manera de encontrarlo, y al que no quería ver se me apareciera en todos lados.

- Te diría que lo siento, pero fue el karma o algo así – dije malhumorada.

- Pues el karma tiene muy buena puntería – rezongó Poncho. Me tendió el zapato -, toma.

Lo agarré sin muy buenas maneras y me fijé en que le faltaba algo al lado. Un parásito por llamarle de alguna forma.

- ¿Te has dado cuenta de que estás solo? - pregunté con mala intención.

- Si quisiera estar acompañado me habría quedado allí dentro ... - alcé las cejas. Ok, indirecta captada -. Hablaba de Angelique – me aclaró.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora