Después de diez tortuosos minutos en la consulta del doctor Zaldívar, salí de allí con una digna cicatriz en el pie pero ya sin los puntos. Eso si, la mano seguía vendada, aunque me aseguró que al día siguiente, antes de la función, podría quitármela. Yo era la actriz principal y a mi personaje no le pegaba nada una venda, símbolo de mi naturaleza torpe. Aliviada de ver que el carro de Ucker ya no estaba por allí, salí corriendo y en cinco minutos llegué al instituto. Conclusión, habría podido dormir media hora más y hubiera llegado a tiempo. Esto era culpa de Mai que no quería dejarme dormir y así no podría pegar el último estirón. Algo escéptica ante mi posibilidad del último estirón, atravesé el portalón exterior y accedí a los jardines de la escuela. Suspiré al verlo todo tan vacío, sorprendiéndome al sentir tanta nostalgia.
Dirigí la mirada a uno de los árboles que por allí estaban, bajo el cual Aarón había estado de partirse la cara con otro guey hacía unos cuatro años. Desde aquel entonces, aquel árbol era oficialmente el lugar de las peleas y donde yo había estado a punto de partirle su mandarina en gajos a la idiota de la Ramona, si no fuera porque Mai apareció en ese preciso momento. A pesar de que no soy especialmente agresiva, y muestra de ello es que esa fue mi única pelea seria, me quedé con las ganas de darle sus buenos golpes, sobre todo porque ese año había estado especialmente fastidiosa por culpa de Aarón. Por eso y porque le robé su lugar en la obra de teatro, según ella.
Seguí caminando con una súbita sensación de desamparo. Conocía a la mayoría de los que estaban en mi salón desde el kinder, los veía a diario, nos reíamos, nos peleábamos, sacábamos de quicio a los profesores... y ahora todos se irían, unos a trabajar fuera, otros a seguir sus estudios... ¿qué iba a pasar conmigo? ¿a donde iba yo?
Pateé una piedra con frustración. Claro que yo también quería irme, estudiar, ver mundo, llegar a ser alguien, sabía mejor que nadie que quedándome en el pueblo siendo eternamente una meserita en el Tequila acabaría por marchitarme, yo tenía ganas de hacer cosas grandes, supongo que como todos a mi edad, soñaba con comerme el mundo antes de darle la oportunidad al mundo a que fuera él quien me devorara. Pero sabía que eso no podía ser. Mi madre no podía permitírselo. Quizá fuese una tontería, pero cada vez que pensaba en ello, venia a mi mente un recuerdo de cuando yo tenía seis o siete años. Recuerdo que pasamos por delante de una tienda y en el aparador había una muñeca, le pedí la muñeca a mi mamá pero ella me dijo que no podía comprármela, entonces vi a una niña que salía con esa misma muñeca de la tienda y alcé la vista hacia mi madre con los ojos llenos de lágrimas. Su expresión de dolor fue algo que no pude borrar ni con el paso de los años. Si el mero hecho de no poder comprarme los caprichos que yo quería la hacía sentir tan mal, solo imaginarme su dolor al entender que me estaba condenando, era algo que me atormentaba. Ella no tenía la culpa de que mi papá nos hubiera abandonado y me había esforzado siempre en hacerle ver que yo no la culpaba de nada, aunque tenía la impresión de que no me creía.
Cuando alcé la cabeza me di cuenta de dos cosas, de que estaba llorando y de que ya había llegado al interior del centro. Me pasé el dorso de la mano por ambas mejillas y me mordí un labio. Seguro que acabaría por deformármelo con tanta mordedura. Sentí un estremecimiento al rememorar como me lo había tocado Ucker y el inmediato recuerdo de Óscar. ¿Sería capaz alguna vez de ser completamente feliz sin ese fantasma persiguiéndome? A lo mejor había hecho mal en callármelo, pero ya había pasado tanto tiempo... no valía la pena hurgar en el pasado.
En ese momento deseé tanto que Poncho estuviera allí, necesitaba abrazarlo casi tanto como respirar. Pero no, claro, Ponchito estaba demasiado ocupado con su Ximena como para preocuparse de la torpe y chiflada de Dul. Perfecto, que se quedase con ella. Me daba igual. Bueno, no, no me daba igual, sentía una punzada de rabia horrible cada vez que el nombre de esa maldita cruzaba mi mente, que era más o menos cada diez segundos. Me molestaba que me hubiera dejado de lado y sobre todo me molestaba que me hubiera mentido, porque yo le había preguntado si había alguien y él muy cínico me había dicho que no. A parte de todo, mentiroso. Si es que todos los hombres son iguales...
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Un Verano para Recordar
RomanceEsta historia es una de las mejores que he leído, y me he leído muchiiiisimas.. La escribió una chica de España que se llama Miri (en el Foro de Univisión su usuario era chukypollito) y es simplemente hermosa, cuenta la historia de amor de Dulce y P...