Capítulo 173 "Chico bueno"

262 18 0
                                    

Poncho

Volví a mirar el reloj, a pesar de saber de antemano que todavía no era la hora. Efectivamente, eran las ocho y cuarto de la tarde, faltaban cinco minutos oficiales para que Dul saliera de casa, a lo que había que añadir, cómo no, los "cinco minutos adicionales de Dul" sus cinco minutos mínimo de retraso en cada una de nuestras salidas. Siempre lo mismo.

Me sentía algo así como un ladrón antes de entrar a robar en un banco. Tanta tensión, inspeccionando el terreno sin parecer sospechoso pero casi seguro de que parecía sospechoso de algo ... eso no era vida. El colmo de los sustos, cuando escuché unos pasos acercándose. Me había asegurado de no acercarme a la zona de los columpios, dónde podía haber niños jugando y sobre todo madres chismosas que nos descubrieran, por no hablar de que esa zona todavía me recordaba a mi extraño sueño ... pero mi corazón se recompuso un poco cuando vio aparecer al afable e inofensivo don Sebastián.

Me saludó alzando una mano, en la que llevaba su sempiterna bolsa de pan, ya que en la otra tenía el bastón con el que se ayudaba para caminar. Tenía una extraña obsesión por los pájaros, y aunque yo lo consideraba un señor amable pero algo excéntrico, era la debilidad de Dul.

- ¿Qué haces aquí solo muchacho? No me digas que dar de comer a las palomas, que ese es mi trabajo – me advirtió en broma. Sonreí, observando mi reloj con disimulo. Ya era la hora.

- No le quito el trabajo, ni se apure, he venido a dar una vuelta y tomar un poco el aire – contesté vagamente. Pensado fríamente, aunque el susodicho nos viera juntos no sería una novedad, de quitado este verano que habían estado las cosas un poco revueltas, por no decir mucho, siempre estábamos juntos.

- Buena elección, entonces ... - reconoció, echando un ojo a su alrededor. Si, era la zona del parque más tranquila -. ¿Cómo está Dulce? He oído que estaba en el hospital – comentó, preocupado.

- Pues si, pero está mucho mejor, ya está en su casa – respondí.

- Me alegro – y supe que era sincero -, me hubiera gustado ir a verla, pero todavía no me he recuperado de todo de la neumonía y ...

- Lo entiendo, lo que menos necesita ahora es meterse en un hospital lleno de virus – asentí. Me sonrió ligeramente.

- Lo ha explicado usted perfectamente doctor.

Me quedé mirándole, azorado, sin saber muy bien que decir, cuando escuché la voz de Dul susurrando mi nombre desde algún punto impreciso entre los árboles, como si estuviera llamando a un gato que se hubiera extraviado. Si, eso era lo que ella entendía por discreción.

- Buena manera de tomar el fresco – se rió benévolamente. Me sentí enrojecer hasta las orejas.

- ¡Aquí estabas! Tengo media hora llamándote – llegó Dul protestando. Se apareció caminando por el pasto descalza, con los zapatos en una mano, y tan guapa que se me ocurrió encerrarla en una torre para tenerla siempre solo para mí.

Quise decirle que media hora antes seguramente ni siquiera había empezado a vestirse, por lo que mucho menos se habría molestado en llamarme, pero su atención estaba en don Sebastián, así que ahorré saliva.

- ¡Hola! - lo saludó con un entusiasta beso en la mejilla. ¿No se daba cuenta de que con ese atuendo podría matar al pobre viejo de un infarto?

- Hola cachetitos, ¿cómo estás? - le preguntó pasándole el dorso de la mano por la cara.

- Bien, algún que otro accidente, pero ya me conoce – le quitó importancia con un gesto con la mano.

- Eso me han dicho ... sin embargo parece que ciertas cosas han mejorado desde que hablamos la última vez, ¿no? - y no sé si fue mi cabeza o mi ego, pero creí ver que su mirada se desviaba hacia mí un momento.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora