Capítulo 86 "Haciendo amigos"

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Salí del despacho de la Caníbal totalmente anonadada, incapaz de creer lo que acababa de pasar. Primero, descubrí que esa mujer no vivía allí, lo cual era una sospecha que yo siempre había tenido. Y segundo, tenía mucho tiempo libre, porque para discurrir esos castigos hay que pensarlo mucho. Reflexioné sobre ello mientras cruzaba la verja. Verán, la cosa estuvo más o menos así.

Entre en el despacho de la Caníbal luego de estar esperándola por más de media hora. Si, ya sé que no habíamos quedado formal, así a una hora determinada, pero es que ya casi eran las cuatro cuando se dignó a aparecer, y yo tenía más cosas que hacer, supongo que todavía me quedaría algún amigo con el que no me había peleado.

El caso es que la mujer llegó, y me sonrió, a su manera, es decir, daba más miedo que otra cosa, pero me sonrió. Luego de ignorar el escalofrío que había recorrido toda mi columna vertebral, la seguí hacia el interior de su lúgubre despacho, que encajaba perfectamente con ella. Se parecía más a una cripta que a un despacho, hablando con la verdad.

Me quedé apoyada en la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho, suponiendo que aquello seria rápido. Ella, por su parte, dejó que la amplia extensión de su trasero se acomodara en la silla y luego se reacomodó. Entrelazó los dedos y dejó las manos reposando sobre el inmaculado escritorio. En comparación con el suyo, el mío parecía haber sufrido la visita de un huracán.

- Tiene miedo de que me lance a su yugular aprovechando que está sentada – se burló, echando una mirada a la silla que estaba frente a ella, vacía.

- Más bien tengo la esperanza de que esto sea rápido – repliqué sin humor para sus comentarios con intención chistosa.

- Lo será – me aseguró, con un brillo malicioso en su mirada que no me gustó nada.

- ¿Entonces, cual será mi castigo?

- Sigue pensando que no se lo merece, ¿verdad? - apenas había terminado la pregunta y yo ya estaba asintiendo.

- Eso no quita de que lo vaya a cumplir – repuse con seriedad. Yo tenía palabra, si había dicho que cumpliría un castigo para que no lo hicieran mis compañeros, lo haría.

- Estoy segura de ello – asintió la directora, evidentemente complacida. Luego añadió -, ¿Cómo cree que debería castigarla, Dulce María?

- Usted sabrá, ese es su trabajo, ¿no? - repliqué, con cierto aburrimiento. Me estaba cansando de los preliminares, la verdad.

- Mi trabajo es educar, no castigar – matizó, torciendo ligeramente el gesto. Poco tardó en recomponer su expresión en una mueca de cierta arrogancia.

<<Pues se le da de pena>>, fue lo primero que cruzó por mi mente. Obviamente no se lo dije, esa mujer tenía un carácter endemoniado y un abrecartas demasiado cerca para mi gusto. Así que cambié la frase.

- Pues ya que conmigo no le funcionó lo primero, vaya al grano y dígame el castigo.

- Discúlpese – me soltó de pronto.

- ¿Por qué? Si no le he dicho nada malo – protesté al instante, indignada.

- No por ahora, quiero decir, por la protesta – me aclaró con suficiencia.

- No – me negué en redondo.

- ¿No? - y a pesar de la pregunta, no parecía sorprendida.

- No – insistí, obstinada.

- Está bien, hemos terminado pues – decidió, recostándose sobre su sillón.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora