Capítulo 117 "Cabezota hasta el final"

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De la comida, al menos, pude zafar. Cuando entramos a mi casa le dije a Elena que estaba bien cansada porque había madrugado y me había acostado bien tarde, por lo de la cena y eso... si, me estaba aprovechando del cargo de conciencia que sentía por lo que había hecho su marido, pero tampoco iría al infierno por eso (tenía una lista larguísima de cosas por las que si podría ir, no obstante). Por lo que me acosté y dormí más o menos hasta las dos de la tarde. Luego, entre que agarraba algo de ropa, una cosa y la otra... ok, sinceramente estuve haciendo tiempo a propósito para tardar lo más posible en irme para allá. Conclusión, como era tarde decidí comer cualquier cosa en mi casa, pasar por la casa de Elena a dejar las cosas y marcharme al castigo de la Caníbal. Ojalá y el resto de los días fueran tan fáciles como esa mañana.

A las cuatro en punto, me encontraba frente al despacho de la Caníbal. Y ella ya estaba allí. Por un momento sentí una punzada de lástima por ella. ¿No tenía otra cosa que hacer en la vida que permanecer en su despacho, esperando a que apareciera? Por lo que, mirándolo por ese lado, yo era la única alegría de su vida. ¿Y me mandaba correr por horas? El mundo estaba completamente loco. Y más ella.

Me sequé el sudor que bajaba por una de mis sienes, resoplando. Era un día especialmente caluroso. Me había cambiado por unos shorts, pero cuando digo shorts quiero decir que realmente parecía un tanga con algo de tela de más y una top de tirantes anudado a la cintura. No podía llevar menos ropa, al menos sin escandalizar a nadie. Y aun así, me moría de calor.

Cuando finalmente salió, ataviada con una camisa color marfil sin una sola mancha de sudor y falda a juego, a la altura de la rodilla, sentí como se reaviva mi resentimiento. Claro, seguramente en su despacho había un potente ventilador que le impedía sentirse arder, como el resto de los mortales.

- Vaya, veo que ha adoptado el nudismo como otra de sus causas a defender.

Ja – ja. ¿Eso era un chiste? Me limité a cruzar los brazos sobre el pecho y mirarla con rencor, el cual no tenía que fingir, precisamente.

- ¿Dispuesta a otro constructivo entrenamiento? - preguntó, mirándome con fijeza.

- Claro – asentí, parándome de golpe. Todo se onduló ligeramente, pero luego luego volvió a su lugar.

- ¿Sabe que estamos a más de 30 grados, no? - quiso asegurarse, disminuyendo su sonrisa.

- ¿A parte de correr tengo que traerle el parte meteorológico? - me indigné.

- Quiero decir, será más duro que el día anterior. Y con una simple disculpa podría ahorrárselo.

- Y vuelve la mula al trigo... le digo que no, yo no me disculparé por algo que, simplemente, no hay que disculpar. No voy a perder – me mantuve en mis trece. Cuatro rayitos de sol no me asustaban.

- Como quiera... pero está bajo su responsabilidad – me advirtió, ahora si, muy seria. Hasta creí que me mandaría un notario para firmar algún papel.

- Está bien. ¿Podemos empezar ya? Tengo que llegar al Tequila antes de las ocho y, como comprenderá, tendré que ducharme después de esto.

Supuse que sonreiría, pero no. Ash, que mujer más amargada. La seguí al exterior, a la pequeña cancha donde los chavos jugaban futbol durante el receso y nosotras, desde las gradas, los mirábamos y chismoseabamos sobre todos. Hugo era nuestra presa favorita. Aunque bueno, en los últimos días Mai había empezado a hablar mucho sobre Diego. Sentí feo al pensar en ella, así que lo dejé.

Si, había un sol de justicia. Deslumbraba de una manera que no me hizo presagiar nada bueno.

- Creo que hoy solo será correr. Me temo que si se agacha para hacer las abdominales, veré más de su anatomía de lo que realmente considero necesario.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora