Capítulo 174 "Jorge y Kike"

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Dulce

Nuestra siguiente parada no fue ocasionada por ningún estúpido ataque de nervios por mi parte, si no que, más bien, había descubierto el misterioso destino de esa noche. Por suerte no habían pasado más de cinco minutos desde que nos habíamos detenido, porque no podría soportar mucho tiempo más su cara de preocupación, como si fuera a intentar tirarme del coche en marcha de un momento a otro. ¿Desequilibrada? Si, pero de momento no tanto. Había cubierto mi cupo de accidentes por una temporada.

Mientras me quitaba el cinturón y discutía conmigo misma la mejor forma de salir del coche sin hacer un <<Paris Hilton>> (véase, mostrar la ropa interior, o la falta de ella según sea el caso), Poncho ya se había adelantado y me estaba abriendo la puerta. Adiós a mis minutos de reflexión sobre como bajar elegantemente. Ni modo, a improvisar.

- Me voy a convertir en una consentida insoportable como me sigas tratando así – le advertí, en parte porque era cierto, y en parte porque quería desviar la atención de mis partes púdicas y, esperaba, no públicas.

- Lo dices como si antes te tratara mal – protestó, cerrando la puerta tras de mí. Misión cumplida, no se había visto nada que no pudiera salir en horario infantil.

- No me hagas hablar de las veces que he tenido que ir por tu méndigo limón para la Coca Cola ... - le recordé, aunque la verdad no me molestaba tanto.

- Dejar a la Coca Cola sin limón es como dejarla viuda – replicó, alarmantemente convencido.

- Igual y no se llevaba bien con el marido y no le importa. Además, ¿no seria más fácil pedir la que ya trae limón de por sí?

- Pues ... - dejó la respuesta en el aire, porque de pronto los dos recordamos que no estábamos en el debate nacional sobre la Coca Cola y su marido -. ¿Mejor en otro momento?

- Cuando quieras – asentí, segura de mi postura sobre el limón y la Coca Cola -. Cuéntame, ¿dónde estamos?

Eché un vistazo al local que se alzaba ante nosotros. No era demasiado grande, aunque tampoco parecía un tugurio en el que tuviéramos que estar todos apretados y oliéndonos los sobacos unos a otros ... aunque en mi caso, por mi estatura, eso suele pasarme solo a mi. Se encontraba en las afueras de las "casas ricas", como nosotros le decíamos, el lugar donde vivía Annie y que se había construido con motivo de gente rica que pasa las vacaciones en el pueblo, porque a fin de cuentas, uno no puede renunciar a ciertos lujos. Este local en concreto se encontraba en una zona a la que yo nunca había ido, porque mi conocimiento de tal lujosa urbanización se limitaba al departamento de Annie y al edificio en el que estaba.

Miré a Poncho, expectante.

- En un sitio en el que no tengo que mirar a todos lados antes de hacer esto.

Deslizó la mano suavemente por mi mejilla hasta que encontró mi cuello. Antes de que tuviera tiempo de acercarme a sí mismo, yo ya le había rodeado el cuello con los brazos sin necesidad de ponerme en la punta de los pies gracias a los tacones. Noté vagamente como se recostaba sobre algo, pero lo importante en ese momento era que estaba atrapada en medio de sus piernas y con sus manos deslizándose por mi cintura tan minuciosamente como si estuviera estudiando mi anatomía para conservarla en su memoria. Más le valía que no hiciera ese tipo de exámenes con nadie más.

Me acerqué a él mientras deslizaba mis manos sobre sus hombros y las dejaba sobre los "pectorales del pecado". Parecía que había transcurrido una vida entera desde aquella mañana que había tenido que recorrer su cuerpo como una fugitiva, esperando el mínimo indicio de que se hubiera despertado para echar a correr. Y todavía no podía creer que tuviera vía libre para hacerlo.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora