Capítulo 112 "Confesiones entre fogones"

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Poncho

Miré el reloj de la cocina otra vez, nervioso. Me sentía como si estuviera a punto de tener una cita. Y es que en cierta forma, así era. Mi madre había preparado la mesa del comedor, cosa rara puesto que siempre acabábamos comiendo en la cocina. Había contado demasiados platos para le gente que estaba invitada, o al menos que yo supiera, por lo que estaba empezando a temerme sorpresas poco agradables. Con poco agradables quiero decir que conocía a mi madre y era perfectamente capaz de invitar a Dulce y su consorte, osease, Derrick. Y en ese caso alguno de los dos no llegaría a ver la luz del día siguiente. Y eso no era lo único que me ponía nervioso. Sería la primera vez que estaría frente a ella desde... digamos el "incidente" del otro día. No sabía que actitud tomar, porque no sabía lo que había significado para ella, digamos que analizando sus reacciones la cosa era bastante contradictoria. Desde luego, si que sabía lo que había significado para mi, lo había rememorado tantas veces en mi cabeza que había ido añadiéndole detalles morbosos de mi propia cosecha. Además, había analizado cada una de mis palabras y acciones, tratando de buscarle sentido a la cachetada. Como no se lo encontré, no me quedó de otra que aceptar que Ximena tenía razón y estaba ofendida porque creía que tenía novia. Ofendida o celosa, ahí estaba la gran duda.

Cuando Ximena me empujó "discretamente" por segunda vez, entendí que estaba estorbando allá en la cocina, mirando por la ventana el horizonte como si fuera tarado, así que me fui al salón, donde mi papá trataba de leer el periódico a pesar de mi hermana, que había puesto la MTV a todo volumen y movía la cabeza a ritmo de Lady Gaga. Con un disimulado suspiro, me dejé caer sobre el sofá, justo cuando sonó el timbre. Y me paré tan de golpe que incluso me mareé algo. Mi papá me miró con aire severo por encima de sus lentes, así que me encaminé hacia la puerta tan tranquilo como pude aparentar. Luego, cuando salí de su campo de visión, eché a correr como lo haría mi hermana de cachar al tal Robert Pattinson por la calle. Vi a Ximena tratando de abrir la puerta, pero la plaqué justo a tiempo de impedírselo.

- ¡EH! ¿QUÉ TE PASA ANIMAL? - protestó, acariciándose el hombro derecho. Es que del ímpetu la había estampado contra la pared.

- Yo abro – repliqué con la voz ligeramente entrecortada.

- Oh, que mono... - bufó -. Si el amor te va a convertir en un orangután casi te prefería amargado.

- Venga, si, salte de una vez – la urgí, mientras tocaban el timbre de nuevo.

- Ash... ahí voy.

Y cumplió su palabra. Se fue murmurando no sé que por lo bajo y con los puños apretados. Menudo genio. Compadecía al pobre Eduardo.

Carraspeé ligeramente y repasé el plan. Abrir la puerta, agarrarla del brazo y encerrarla en mi habitación para explicarle todo y mantener una conversación en el que ninguno de los dos acabase herido, sobre todo físicamente hablando. Bien, plan repasado. Era la hora de la verdad. Abrí la puerta tan nervioso que por poco se me resbala de las manos sudorosas. Todo para nada. Porque eran Maite y Diego quienes estaban al otro lado de la puerta. Y entendí que estaba mal en el momento en el que casi les grito, ¿qué culpa tenían ellos de no ser Dulce?

- ¿Mal momento? - preguntó Maite, observando con confusión mi expresión.

- No... no – conseguí reponerme de la decepción inicial.

- Oye, ¿a tu mamá no le importara que haya venido Diego, verdad? - se preocupó ella. Pero a mi me constaba que mi mamá le había dicho que podría traer a quien quisiera.

- Claro que no mensa, mientras no se trague todo lo que hay en la mesa... - traté de bromear.

- Intentaré controlarme – se rió él.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora