Capítulo 40.-

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Narra Alondra Ferreyra

–Se callan los dos, par de tapaderas de las puterías de esta zorra, prostituta barata de porquería. Yo no eduqué a una cualquiera, me das asco Alondra y que se entere todo el mundo de la clase de basura que el Tecnológico de Monterrey recibe como alumnado – Mi madre seguía poseída por el mismo demonio – Así que agarra tus estúpidas cosas y vámonos a la casa si no quieres que siga sacando aquí tus trapos al sol.

No tuve más remedio que resignarme a perder la última hora en medio del escándalo que estaba haciendo la señora Petra Pérez de Ferreyra, sólo alcancé a entregar mi tarea a Julio y a Javy para que se la hicieran llegar al profesor y salí entonces caminando cruzando todo el Tec muriéndome de la vergüenza ante lo que acababa de pasar, la humillación era tal que no quería levantar la cabeza. 

Llegamos a su auto y me metió a la fuerza, de camino a casa todo fue demasiado tétrico, me bajé de prisa con el fin de subirme a mi habitación para encerrarme, pero fui interceptada enseguida en la entrada de mi casa por dos de mis tías hermanas de mi madre quienes me sujetaron con una fuerza enorme haciendo que no me pudiera zafar. Mi madre entró a la casa para seguir lastimándome.

–Escúchame Alondra con mucha atención para que se te graben en tu memoria fotográfica las siguientes palabras – Escupió mi madre eso en mi cara – No quiero que te vuelvas a revolcar con ese infeliz ¿Qué no te basta con todos los hombres con quienes te has revolcado? Él no te tomará en serio nunca, ¿Acaso eres tan pendeja para no darte cuenta? Nadie quiere a la zorra con la que se revuelca todo el mundo y tú tienes demasiado camino andado.

Si a esas íbamos ella también tenía telita de donde cortar, como si fuera una santa dándose golpes de pecho y bien que tenía sus asuntos guardados.

–Me vale lo que digas y lo que pienses y para tu conocimiento, tu advertencia ha llegado demasiado tarde, ya me he acostado con él y me ha hecho todo lo que me ha querido, en la cama y fuera de ella. Lo amo y muy a tu pesar y hagas lo que hagas seguiré acostándome con él y siendo su puta o lo que sea las veces que se me dé la gana –Grité histérica ante las caras sorprendidas de mi madre y de mis tías – Y sabes qué Petra, yo no tengo la culpa que mi papá ya no quiera cogerte por tu mal carácter, vieja ridícula y mal cogida.

Dicho eso mi madre, se me fue de nuevo encima, me volvió a dar varias cachetadas, tantas que no las alcancé a contar. Mi cara ardía pero más ardía yo por dentro del coraje. Había llegado el día de decirnos las verdades y por mi parte las diría, también me valía que esa señora fuera mi madre, me agarró del pelo y siguió dándome en la cara.

–Te voy a dar tu merecido, mocosa idiota y malagradecida – Dijo Petra furiosa entre golpes – No está tu padre para consolarte, ni para evitar lo que haré a continuación.

–Puedes hacer lo que quieras, me vale madres. Mátame si quieres. Eres una pendeja, amargada y loca, deberían medicarte. Nada de lo que hagas hará que dejé a David, porque lo amo – Fue lo último que alcancé a decir antes de que me tomaran de los brazos, me quitaron la blusa y me amordazaran mis propias tías, me dejaron desnuda de la cintura para arriba, entonces vino la peor parte. Mi madre me golpeo con un cable pelado no sé por cuanto tiempo pues después de varios golpes y de sentir que me quemaba la espalda, sintiendo como corría la sangre por las heridas, no supe más de mi hasta unas horas después. 

Abrí los ojos sin reconocer dónde estaba, no sabía incluso si lo estaba soñando o no, el dolor en la espalda y las muñecas me hacían razonar de que no, entonces una voz tierna y dulce me hizo consiente de que no era un sueño, que era la realidad, mi espalda ardía, la sentía en carne viva, era el peor de los castigos que me había infringido la vieja loca.

–Hijita Alondra, no te muevas – Me dijo mi abuelito, mirándome muy afligido – Estás en mi casa, Petra está fuera de sí, te vino a traer y a encerrar aquí.

–Abuelito, me quiero ir por favor. No quiero volver a casa con esa señora, ayúdame por favor – Lloré desconsolada – ¿Puedes llamar a Julio y a Javy? Para que vengan por mí.

Mis amigos nunca me abandonarían, estarían aquí en cuanto les avisaran.

–Yo lo haré, todo lo que me pidas hijita. Tu madre te odia y es un peligro que vuelvas con ella. Por ahora no te puedo dejar ir, ella te ha destrozado la espalda a golpes y está por llegar un servicio médico que pedimos tu abuela y yo, para que vengan a hacerte unas curaciones. Quédate acostada por favor – Me pidió mi abuelito con ternura – Nada justifica lo que hizo Petra que ante la sociedad es la dama intachable que ayuda al prójimo y no tuvo el corazón para golpear y herirte a ti que eres su hija. Nosotros no le dimos ese tipo de educación.

La voz afligida de mi abuelito me llenó de preocupación, ellos no estaban para estar pasando este tipo de situaciones, de sobra sé que ellos están en desacuerdo con el mal trato que me ha dado todos estos años su hija.

–Abue, tranquilo. Mi abuelita y tú no tienen la culpa de como es su hija.

–Ya no llores hijita por favor. Dame el número de tus amigos para avisarles – Me pidió mi abuelito.

–Gracias abuelito, en serio muchas gracias.

Me quedé así llorando acostada, estaba tan cansada, adolorida, no podía ni moverme, el dolor me calaba la espalda, sentía que de un momento a otro se me partiría en dos, cerré los ojos y de nuevo no volví a saber más de mí.

Mi ConsentidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora