Capítulo 93.-

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Narra David de María

Después de esa noche tan intensa y tan apasionada, caí rendido de sueño y motivos me sobraban, podía ser por la borrachera que traía encima, por la intensa actividad con Alondra o por el cansancio tan intenso, que acumulé durante todo el día. No sé cuál de las 3 alternativas o si fue el conjunto de las tres lo que me llevó a caer inconsciente en mi cama, tanto que por la mañana siguiente cuando el intenso y espantoso dolor de cabeza me despertó no vi a Alondra y con solo abrir los ojos me lastimaba la luz de manera terrible y espantosa.

Permanecí en mi cama recostado y me tapé la cara con una almohada, intenté volver a dormir, pero el dolor tan fuerte me tenía hecho pedazos, entonces a los lejos escuché pasos que en cuanto más se acercaban a mí, el ruido hacía mucho más intenso el dolor de cabeza. Ahora me acordaba de juramento, de la promesa que hacemos las personas con resaca, no volver a tomar nunca más en nuestras vidas.

–David, mi amor. Tienes que reponerte – Me dijo Alondra – Te amo, te he traído un té de canela.

Escuchaba la voz de mi princesa, retumbar de un modo muy fuerte en mi adolorida cabeza, con mucho trabajo me quité la almohada de mi cara y abrí uno de mis ojos para ver a Alondra, quién ya estaba hermosa, cambiada y arreglada para el día de hoy, pero casi al mismo tiempo de abrir mi ojo la punzada de dolor se manifestó con el doble de intensidad. No aguantaba la claridad del sol.

–Me duele mucho la cabeza, Alondra. Me duele mucho, mi consentida – Dije quejándome – Mi madre debe de seguir enojada conmigo.

Mi madre era comprensiva pero tenía su límite, mi comportamiento de ayer, seguro le dejó mucho que desear. No era mi comportamiento normal, lo admito, pero me sentía rechazado por ambas, que decidí olvidarlo por un buen rato. Pero al llegar a casa la realidad me sorprendió con otra moneda. Tomar no era malo, lo malo era excederse y no saber controlar las situaciones. 

–Carmen ha salido, ella de hecho está muy preocupada por ti – Manifestó Alondra – Ahorita que desayunábamos ella misma te ha preparado el té y me ha dicho que te lo trajera, porque debes sentirte muy mal.

A pesar de lo mal que me porté ayer, mi madre vela por mí, se preocupa y se seguirá preocupando, aunque vuelva a hacer las mismas tonterías. Me arrepentía de todo lo que había pasado y esa mojada de ayer me está pasando factura, me duele el cuerpo, la garganta, me dolía todo.

–Acuéstate conmigo mi princesa, ven por favor –Le pedí a Alondra – Me siento en verdad demasiado mal, me duele muchísimo la cabeza, parece que me la estuvieran aplastando y que un roto martillo me taladrara la sien. 

Alondra me tomó de la mano y con su ayuda, logré sentarme en la cama, hasta el menor esfuerzo me causaba trabajo, me sentía como un muñeco de trapo, puso en mi espalda las almohadas para que pudiera recargarme y me dio a tomar a pequeños sorbos el té, que sentía que francamente no me servía de mucho.

–Alondra, está muy caliente esto – Manifesté después de que me quemé la lengua – Espero no se tarde mi madre, para que me traiga un analgésico.

Mi madre sabia como curarme este malestar, pero el té esta vez no estaba causando el efecto que deseaba. Estaba demasiado caliente y me costaba mucho el tragar, me raspaba por dentro y necesitaba un alivio pronto.

–Ella no creo que te traiga nada, David. De hecho fue por Fina, para que te quite tu malestar, eso me dijo Carmen antes de salir, dijo que no se demoraba – Alondra hizo una mueca de maldad – Espero que ya que venga Fina y ella te ayude a que se te vaya, ese dolor tan feo que tienes, mi amor.

–No creo honestamente que Fina Morgan venga y me ayude a nada ¿Acaso es ahora la curandera de la selva? ¿Qué va a traer sus pócimas o qué?

Estas mujeres cuando agarraban algo por diversión, lograban que todos sus conocidos pasaran por sus manos, a ver ahora con que me iban a salir estas dos. Mi madre era de tratamientos, cremas, pero Fina, era otra cosa, se las daba de sanadora y otras cosas raras. 

–David no te burles, es en serio. Carmen me dijo que precisamente no quiere que tomes nada, sólo el té porque si haces otra cosa puede interferir con lo que te vaya a hacer o a recetar Fina – Dijo Alondra – Así que relájate.

Me seguí tomando el té más a fuerzas que de ganas y después, como pude y con los ojos cerrados para no ver la luz, Alondra buscó y me dio la ropa y con todo el esfuerzo de mi alma conseguí ponérmela, cuando ya estuve vestido, seguí tomándome el té hasta donde pude, me coloqué unos lentes oscuros para poder bajar con Alondra a la sala.

 Ella se llevó la taza a la cocina y de regreso, se sentó en el sillón donde estaban sus libros y libretas, empezó a arreglarlas y retomó lo de sus deberes, mientras que yo al sólo encender la computadora, parecía que su luz me cegaba totalmente. La sensibilidad de mis ojos no aguantaba ni los rayos del sol, ni la luz artificial. Había pasado mucho tiempo, desde la última vez que me dio un episodio de migraña.

–Alondra, necesito un analgésico ¿Puedes buscar en la cocina? Por favor. Mi madre tiene ahí un botiquín, detrás de la nevera.

Esto ya parecía una tortura, no me querían dar ningún medicamento y era lo que me aliviaba de inmediato. Necesitaba ayuda y la necesitaba de verdad. Ya a estas alturas estaba empezando a pensar, que de esta forma se estaban vengando de mí.

–David, estás alucinando amor – Reía Alondra – Aquí no hay ninguna nevera. Déjame ver si tienes fiebre.

Mi ConsentidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora